El viento blanco

Capa
"El Ateneo", P. García, 1925 - 204 páginas

De dentro do livro

Páginas selecionadas

Outras edições - Ver todos

Termos e frases comuns

Passagens mais conhecidas

Página 16 - ... las narices por el boliche. — Aquí se está bien — observó Antenor. - — Es la pieza más abrigada de la casa. Calloja brindó con su huésped unos tragos de pisco de una botella que guardaba cuidadosamente oculta en cierto agujero de la pared. Mandó a sus hijas que preparasen café, obsequió a los peones con achura fresca para asado y racionó a la mula de su amigo con un morral de maíz. La gente de Cania pasábase el invierno comiendo churrasco.
Página 12 - Sánchez, arrodillado en la arena, defendía el fuego con su poncho, de espaldas al viento. En cuanto a Loreto Peñaloza, permanecía montado, ahí cerca, teniendo las riendas. — ¿ Qué hacís áhi como fantasma ! — preguntóle Sánchez. — Me está cascando el chucho — contestó Loreto con voz temblona. El pobre muchacho, dando diente con diente, se sacudía estremecido por el acceso. — Echá pie a tierra. Vení, acostate un rato. Allegate al fuego. — ¡Bah! si ya me hay pasar... Si...
Página 24 - ... dedos, de tener las riendas; a ratos movía los pies para sentirlos sobre los estribos. Encajado en el apero, encorvado, aterido, soñoliento, iba y venía, paso ante paso, por entre la tropa. De cuando en cuando tomaba de la caramañola un trago de vino para entonarse un poco. Cerró la noche y seguía nevando. Los hombres convinieron en que, por turno, mientras uno dormía, los otros habían de rondar. Descansaban y velaban sin pensar en apearse, y únicamente lo hacían cuando tocaba racionar...
Página 10 - Iban en simétricas filas, moviendo pesadamente los toscos remos, guardando distancias para no estorbarse con las astas, regimentados por el hábito de andar así, leguas y leguas, uno tras otro. Ocuparon los hombres sus sitios habituales: uno a vanguardia de la tropa, dos a los flancos, ya la zaga el patrón. A intervalos regulares, el grito de ¡huella! . . . prolongado, agudo, estimulaba a aquella lenta masa de carne pasiva y melancólica. Veíase hacia adelante, extendida a lo largo del campo...
Página 14 - Sin perder las cualidades de su casta, habíase asimilado todas las aptitudes físicas y espirituales del nativo. Y era sobrio como un indio, aguerrido como un indio, conocedor como un indio de las cosas del campo. II Al otro día a media tarde la remesa llegó a Catua. Un peón quedó cuidando los toros en la vega, en tanto que Sánchez con los otros se adelantaron un trecho hasta la casa, la cual era tan rústica que apenas se diferenciaba, por el color y el aspecto, de los barrancos circunvecinos,...
Página 28 - Aquélla es la cuesta — exclamó Antenor, acabando de orientarse. — Allá está la "apacheta". Por aquel filo hay salida. — Por ahí va el camino. Pero de aquí... ¿cómo vamos a sacar la tropa? Antenor calculó la distancia que los separaba de la cuesta, que no sería más de diez cuadras, y se le ocurrió un medio : — No hay más que abrir un callejón, quitando la nieve con las caronas. Así la tropa se salvaría... Pero ustedes, por mi culpa, han corrido peligro de dejar aquí los huesos....
Página 13 - ... vino y un jarro de café. Comieron en silencio, mirando absortos el encanto del fuego, calentándose las manos y exponiendo sucesivamente al calor de la llama las canillas, los costados y las plantas de los pies. Luego de comer pusieron sendos acullicos, armaron cigarrillos y se pusieron a fumar concienzudamente, imbuidos de la honda laxitud nocturna.
Página 28 - No hay más que abrir un callejón, quitando la nieve con las caronas. Así la tropa se salvaría. . . Pero ustedes, por mi culpa, han corrido peligro de dejar aquí los huesos. Yo no puedo exigirles más. Ahora puede empezar a correr viento y en tal caso el peligro sería mayor. Si quieren dejar la tropa, la dejemos y nos salvemos nosotros. . . Los hombres lo escucharon atentamente. Meditaron un rato, hasta que Anastasio Cruz habló: — Patrón Antenor, usted también ha padecido a la par de nosotros....
Página 23 - Tuvieron que guiarse por las osamentas que, en muchos años de tráfico, habían ido amojonando el camino con su espanto grotesco. Veíanse, de pasada, montones de costillas y de vértebras, grandes huesos que los zorros habían roído, cornudas calaveras que aun guardaban en el cuero momificado del hocico la mueca torturada de una agonía solitaria, brutal. Caminaron así toda la tarde; caminaron así toda la noche, cruzando llanos, salvando cuestas, bordeando laderas, siempre bajo el mismo cendal...
Página 26 - ¿Por qué éste habíale dejado arrostrar el temporal sin insistir apenas? Sánchez conocía quizá mejor que el indio la cordillera. Habíala cruzado muchas veces, incluso en invierno; pero a decir verdad, con su optimismo de hombre blanco, nunca la hubiera creído tan brava. Ahora reconocía, aunque tarde, la implacable hostilidad de aquella Naturaleza con quien él habíase familiarizado hasta perder todo recelo. Y recordó las palabras de Calleja: "No hay que jugarse con la cordillera.

Informações bibliográficas